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Estética operatoria en sus tres direcciones de Luis Juan Guerrero (En papel)

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Subtítulo: Revelación y acogimiento de la obra de arte

Páginas: 465

Estética operatoria en sus tres direcciones nos invita a la tarea infinita de pensar el arte y a realizar al mismo tiempo un examen de conciencia filosófica. Como pocos, Guerrero tuvo la humildad lúcida y creativa de saber que en ningún lugar del mundo han existido grandes producciones teóricas ab ovo y que la originalidad de un pensamiento puede ser mucho más poderosa y decisiva si existen antecedentes. En filosofía no todo está dicho, no todo está pensado; como en el arte, lo que ha sido siempre está aún por venir.  La novedad de un discurso filosófico no debe buscarse sólo en el plano de los enunciados, sino también ‒y fundamentalmente‒ en el plano de una enunciación que reelabora y corrige las conceptualizaciones preexistentes otorgándoles un sentido original. Se dirá, con razón, que la filosofía es la actividad de un sujeto que piensa en y desde una historia, una tradición, una cultura, una lengua. No menos cierto es que también lo hace, incluso con violencia, a pesar y en contra de ellas.
 

Estética operatoria en sus tres direcciones busca superar de este modo tanto la unilateralidad de las doctrinas que interpretan primordialmente la experiencia estética como “goce” exquisito, “descarga” de emociones o “expresión” de vivencias íntimas como la de aquellas que reducen el arte a “imitación” o “idealización” de la realidad. El arte, piensa  Guerrero, no es una variedad del conocimiento teórico, ni la manifestación de fuerzas irracionales o divinas, ni el “reflejo” mecánico de intereses sociales, “sino el más fundamental acontecer histórico de la sensibilidad humana”. Desde el punto de vista de su gestación productiva, es el “ejercicio de una capacidad operatoria” que requiere de una “incesante reflexión”, agudizada en la época moderna por la caída de los ídolos de la espontaneidad creadora y su carácter divino. Para Guerrero, el arte en su plena conciencia operatoria, lejos de ser “una cosa del pasado” como afirmaba Hegel, constituye más bien una invención reciente. Contra la  “muerte del arte” tantas veces proclamada,  urge mostrar que lo que ha llegado a su término es la concepción metafísica que lo sacraliza y lo coloca fuera del mundo de la praxis humana. La inversión de Heidegger, en este punto central de la reflexión sobre la “facticidad artística”, no puede ser más completa y definitiva. La obra ya no nombra lo sagrado, ya no es el silencio en el que el dios habla, ni el velo que lo hace visible; ahora, por fin, la obra se muestra en cuanto tal, “como si fuera la desnuda manifestación de su propia verdad”.