Fra Angélico y el silencio de Horacio Bollini (En papel)

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Páginas: 160

La pintura, ejercicio de representar lo visible y sugerir lo invisible, parte desde la materia. De no ser así, de no propender a la materia, al menos no consigue eludirla: el pintar requiere de pigmentos, de tablas, de muros. Puede permanecer en la materia opaca, o trascenderla. Para Fra Angelico, la opacidad de las cosas habría de ser traspasada por la luz teofánica, y reflejada en color. Sus tablas refulgen, siguiendo las Teologías de la Luz que enhebran Grosseteste y San Buenaventura. Esta imagen es punto intermedio entre la cosa visible y su arquetipo; entre el espacio objetivo y el disolverse de cada cosa en el blanco de la mente en contemplación. Limbo en donde no hay voluntad ni tensión, todo se subsume en la Gracia.
Durante la contemplación, el alma se abandona experimentando un vaciamiento de lo múltiple, de la corporalidad y del tiempo. El dominico Fra Angelico concibió sus frescos de San Marco para ese ejercicio de abandono. Y estas pinturas nos abisman en el blanco de una pura nada: claustro, sombra atemporal en un muro; estas imágenes vienen a nosotros tal como los ecos de Eckhart asoman en aquél Heidegger que busca quitar la adherencia del ente sobre el ser. Una experiencia de liberación y silencio.
Como fondo, un cerco, un pórtico, un jardín con plantas edénicas. Inducen a la remembranza de lugares donde hemos estado siempre.