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Los ensayos que componen este volumen buscan integrarse en ese complejo laborío que es la historia de las ideas en la Argentina. Creo estéril el planteo de una filosofía de la historia protagonizada por un actor constante y proteico: el Ser nacional que, cual sustancia/sujeto, se iría desplegando a lo largo de una convulsionada epifanía. No existe tal Logos criollo, destinado a autorrealizarse al final de un ciclo de ocultamientos y desocultamientos (y del cual algunos pocos serían los hermeneutas privilegiados). Se trata, más bien, de entender a nuestros pensadores y políticos en la especificidad de sus posiciones ante la ardua tarea de construir un país moderno. Si la situación sudamericana los aqueja e incita, el resultado es un texto formado por capas ideológicas yuxtapuestas, esto es, por componentes teóricos heterogéneos y a menudo sin mejor armonización que la que puede conferirles el proyecto político en el que convergen. Los homogeiniza menos la coherencia doctrinaria, que la función de respaldo a una práctica. Práctica que, por lo demás, puede ser leída como antitética, o como la única realización posible de los principios y programas que tiene a sus espaldas, según la exégesis de esas mismas doctrinas. La pertenencia de nuestros intelectuales a tal o cual paradigma se asienta en el privilegio otorgado a algunos componentes de su pensamiento, pero esto no excluye la simultánea presencia de otras líneas doctrinarias, de proveniencias diversas y aun contradictorias. Sus discursos presentan, así, una textura veteada, y este benemérito eclecticismo abre sus obras a una pluralidad de interpretaciones que vuelve problemática cualquier vinculación rígida y unívoca entre los proyectos y las res gestae que aquellos pueden haber inspirado.